El movimiento dental es un proceso dinámico que involucra la interacción de varias estructuras de los tejidos de soporte dentario. Los dientes se encuentran rodeados de tejido óseo, ligamentos periodontales y encía, que tienen una base sólida para el soporte y la estabilidad dental. Cuando se aplica una fuerza a un diente, se desencadena una serie de cambios tisulares que eventualmente resultan en el movimiento del diente.
En primer lugar, la fuerza aplicada a un diente provoca una compresión del ligamento periodontal que rodea la raíz del diente. Esta compresión produce una serie de señales bioquímicas que activan los osteoclastos, células que degradan el hueso que rodea la raíz del diente. Como resultado, se crea un espacio óseo en la dirección de la fuerza aplicada, lo que permite que el diente se mueva hacia esa dirección.
En segundo lugar, la compresión del ligamento periodontal también activa los osteoblastos, células que sintetizan nuevo hueso en el espacio óseo creado. Este proceso se conoce como remodelación ósea y permite que el hueso se adapte al movimiento dental, lo que aumenta la estabilidad del diente a largo plazo.
En tercer lugar, la aplicación de fuerza también provoca cambios en el tejido gingival. El tejido gingival se desplaza en la dirección de la fuerza aplicada, lo que puede resultar en una recesión gingival. La recesión gingival puede exponer la raíz del diente, lo que aumenta el riesgo de caries y sensibilidad dental. Por lo tanto, es importante monitorear la salud del tejido gingival durante el tratamiento ortodóntico y tomar medidas preventivas para minimizar la recesión gingival.
En cuarto lugar, la fuerza excesiva o prolongada puede provocar daño al tejido periodontal y al hueso alveolar. Por lo tanto, es importante que los ortodoncistas ajusten la fuerza aplicada a los dientes de manera adecuada y monitoreen la salud periodontal del paciente durante el tratamiento.